sábado, 16 de mayo de 2015

Milena Bonifacini


Imparable


Cierro los ojos y me digo “cabeza en blanco”. En ese mismo instante pienso “¿Por qué blanco? ¿Por qué ese color?”. Me intento callar a mí misma y trato de pensar en algo que me relaje. Agua. Me imagino nadando. El agua es azul petróleo. La profundidad no se puede percibir. Parece eterna. La distancia de mis pies hacia el fondo se siente inmensa. A lo lejos no se ve nada, solo el cielo que está completamente negro. Pero no negro como cuando apagas la luz. Es un negro muy brillante como si alguien hubiera lustrado las nubes. Ahí empiezo a nadar. Todo parece salir como lo esperaba, al fin puedo relajarme. Aparece un tiburón. Sí, era de esperarse, algo tenía que pasar. El animal nada sin querer atacarme, está mucho más relajado que yo, qué envidia. Nada medio en zigzag y se ve como el agua roza su piel que parece ser muy áspera. Por un segundo pienso que puede distraerme pero junto fuerza y lo hago desaparecer. Sigo nadando. No tengo que hacer nada de fuerza, la corriente del agua me empuja. Me da un impulso muy grande pero para nada brusco, suave y potente al mismo tiempo, raro. Cuando me doy cuenta no sé hacia donde estoy yendo. Trato de levantar un poco la cabeza pero mi intento es inútil, no hay nada. No importa a donde mire, el cielo y el agua parecen infinitos. Infinito me suena a gigante. Y así lo siento, porque en el vacío es enorme. No importa donde busque no hay nadie, por eso no busco. “¿Y si busco abajo?” pienso. Lo dudo. El vacío ahí abajo debe ser más grande. Tomo aire y me sumerjo en el agua. No veo nada. Abro los ojos. No veo nada. Es negro pero no brilla, es negro opaco. Subo. Cuando intento sacar las manos a la superficie no puedo. Alguien me las agarra y me las sujeta muy fuerte. Me las aprieta. Siento como mis uñas me lastiman mis propias manos que están como puños. Sus manos parecen enormes porque encierran a las mías. Me doy cuenta que tiene mucha más fuerza que yo, porque me parece imposible hacer que me las suelte. Trato de abrirlas con mi mayor esfuerzo y aunque me doy cuenta que no voy a poder lograrlo, no puedo parar de intentarlo. Empiezo a sentir como me transpiran y están tan tensas que todo mi cuerpo esta tenso. Mi cuello está muy rígido y los dedos de mis pies contraídos hacia arriba. Mis manos toman un impulso muy grande y se liberan de las otras. En el mismo instante abro los ojos. Negro. Opaco. Y la aleta de un tiburón.

Agustina Yapor

Esperanza

Él había nacido bajo una condición. Cuando sus padres ya no tuvieran el poder de protegerlo de Briana, la hechicera del pueblo, está se enfrentaría con él en una lucha que decidiría el futuro del pueblo. Su padres, ciegos de amor y tras años de soñar con su primer hijo, no pensaron en las posibles consecuencias ni en como terminaría la historia y aceptaron el trato.
En Drioda habían pasado muchos años sin que nacieran bebes, las personas más jóvenes no tenían menos de 40 años. Esto era producto de una maldición de la que poco se sabía, pero de la que todos sufrían sus consecuencias porque al prolongarse la falta de nacimientos, el daño era cada vez mayor con un futuro más y más oscuro.
Los padres de Vladimir eran la pareja más joven y su amor, el más puro, del que muchos de nosotros no llegaremos a conocer jamás. Se habían convertido en la última esperanza para no perder a los habitantes del pueblo, todos confiaban en que ellos romperían con la maldición de los últimos años. Y así fue que nació Vladimir. Todos festejaron su llegada y fue la primavera más feliz del pueblo. Todos cantaron, bailaron y bebieron durante días antes de retomar con sus tareas habituales y todo fue colores, canciones y festejos por mucho tiempo.
Al cumplir los 18 años Vladimir perdió a sus padres, que murieron sin causa aparente y sin haber podido tener otro hijo. Drioda se había convertido en un pueblo de ancianos donde sus 1.000 habitantes no durarían mucho tiempo más a pesar de su vitalidad y buena forma de vida.
Ese año al comenzar el invierno Briana se presentó en la casa de Vladimir. Ese momento que todos habían olvidado finalmente llego. Vladimir entendió al fin que sus padres le habían enseñado maneras distintas para pelear durante toda su niñez, gracias a esto y a que contaba con la ayuda de todo el pueblo, él se sentía confiado y preparado para el duelo. Al momento de la pelea, ella hacía uso de todos sus conocimientos de artes oscuras tirando hechizo tras hechizo, de esos rojos, violetas, verdes, cada uno con un poder de destrucción distinto. Mientras, el joven luchaba con armas simples que sus propios padres habían ideado y, con el poder de la fuerza y la determinación de terminar de una vez por todas con esa maldición. El pueblo era espectador, miraba de lado a lado sin saber como ayudar pero aún así alentando a Vladimir. Fue entonces, en el momento en que Vladimir había agotado casi todas sus fuerzas, que uno de los habitantes distrajo a la hechicera para intentar darle un respiro a él. A pesar de los esfuerzos de todos, Briana lanzó un hechizo que convirtió en estatua de cerámica a Vladimir y cuando este yacía inerte en el piso destruyó su cabeza para celebrar la victoria.

La hechicera estaba eufórica y emocionada. Había sido una larga y desgastadora lucha para ella también. En medio de su festejo una lanza la atraviesa sacándole todos sus poderes, convirtiéndola en un ser humano como el resto. Mientras los habitantes de Drioda ganaban tiempo en el enfrentamiento, cambiaron a Vladimir por un muñeco y la hechicera en medio de tanta felicidad no fue capaz de detenerse a mirar en detalle a su rival muerto. 
Esta  historia, como muchas otras, tiene un final feliz. Briana es desterrada del pueblo y Vladimir parte en busca de una doncella, para poder formar una familia en Drioda.

viernes, 15 de mayo de 2015

Lola López

                                                                              Galanteo egoísta



Querernos, odiarnos, convivir. Amarnos de forma repentina para considerarnos estúpidos a los pocos minutos. Pensar que sabemos, creer que pensamos. Dificultades cerebrales y terribles accidentes. Y cuando preguntes porque te quiero voy a contestar primero. ¡Quiero saber lo que significa! Y cuando, consternado, sigas con las dudas voy a asegurarte que no tiene nada que ver con vos, no te preocupes. Te amo porque la curiosidad y las ganas me ganan. Volar es tan simple como parece y vos te mantenés solo de prejuicios. Desconsiderada. Las bicicletas son el motor de mi vida. Mi fascinación por volar comenzó cuando mis padres me dijeron que debía dejar de comer tanto. ¿Cómo matar ese tiempo? Ahí entendí, el tiempo no se mata. Desempolvé la bici y sobrevolé Buenos Aires. Empecé despacito, por supuesto. No es cuestión de caer. Y de a poquito fui subiendo cada vez más. Avanzando un poco y empezando de cero al día siguiente. Ni que fuera tan difícil. Es un círculo. Mis  pies me llevan y yo los alimento con nubes y ríos. Donde vayan iré. Deberías probar, tratar de ver lo que hay y observar lo que no existe. Porque todas esas  paparruchadas de lo esencial y lo invisible no me convencen. Lo que está lo veo, y lo que no lo imagino. Y hay mucho. Tanto que las vidas no alcanzan, y ahí comienza el apuro. ¡Hay que ver todo! ¡Probar los olores, sentir los sonidos, escuchar los sabores! Apuro constante, cerebro rápido. ¡Pará! ¡Parame! Ser dos no es ventaja. Me siento como muchos, pedaleo como miles. Y me pido: subí a la bici y sentí el vientito en la cara. La velocidad no es necesaria y el humo del colectivo no importa tanto. Los pies se enredan en si mismos. El mundo se vuelve manchas a los costados, un par de segundos y ¡paf! Ascendés. Conoces las nubes y no se necesita todo. El celeste es la medida justa de felicidad. Izá las velas, recostate, pensá. Los árboles están en si mismos, siempre. Crecen en ellos y nunca se alejan de su centro. Son simpáticos, siempre que les invito un mate me dan galletitas y todo. Me olvidaba ¡los acróbatas! Sus mentes están por completo en los cuerpos. Giran, casi que vuelan, y sin  bicicleta. Los puentes, mundos colgantes sobre el mundo. Todo eso pensás. Todos los que están en mi lo pensamos. Disfrutamos de tanta nube y poco sol. Tardecitas de bicicleta y vientos helados.

Gaspar Nastaskin


     La Lista


Todos alguna vez nos hemos imaginado como sería el infierno, como sería el Diablo, incluso Santiago se lo imaginó varias veces, él insistía en que el diablo tenía existencia, tanto en el infierno de donde pertenecía, como en la Tierra.
  A Santiago le encantaba leer sobre estos asuntos, día y noche, tenía varios libros que trataban experiencias, vivencias de personas que juraban haber estado cara a cara con el diablo, lo describían como el ser mas horrendo que hubiesen visto jamás. Luego de varias lecturas, él se dormía, y la mañana siguiente les comentaba a sus amigos del curso con lujo de detalles todo lo que había leído sobre Satanás. Una tarde luego de volver de la casa de un amigo, el joven muchacho tomó un enorme libro de su biblioteca, no le alcanzaba la mano para agarrar el lomo, era un libro verdaderamente muy grande, entró a su cuarto  y  se sentó en una silla reclinable que estaba en la esquina del dormitorio, puso el libro en sus rodillas y comenzó con su lectura.
 Al leer varios capítulos, le llamo la atención una oración en un apartado del libro, “ El diablo tiene una lista, la lleva siempre consigo”, nunca antes había escuchado algo así, se sintió algo asustado por varios minutos , se tomaba muy en serio lo que decía en esas hojas. Al día siguiente fue al colegio, tenía un aspecto algo raro, como decaído, sus amigos le preguntaron qué le pasaba, y este les contó lo que había leído el día anterior. En poco tiempo pasó a ser el hazme reír de todo el grupo, todos decían que era un miedoso, un crédulo, hasta un profesor le recomendó ir a un psiquiatra.
  Santiago decidió no seguir leyendo esos textos, ya que decía que le llenaban la cabeza de estupideces, y que gracias a eso todos se burlaban de él.
  Cuando termino el secundario comenzó a estudiar la carrera de Derecho, luego se especializó en derecho Penal, allí en la facultad, conoció a la que sería en un futuro, su esposa. Al cabo de los años, el joven muchacho, se convirtió en un hombre, casado y con dos hijos, un niño y una niña.
  Una noche, luego de un agotador día de trabajo en el juzgado, Santiago llegó a casa, estaba solo ya que el resto de su familia estaba de viaje con sus suegros, aprovechando esta situación, invitó varios amigos a cenar y a tomar unos tragos. La noche se descontroló un poco, sus invitados se marcharon a las cuatro de la mañana, completamente ebrios, mientras él se daba un baño antes de recostarse. Mientras se bañaba escucho varios ruidos, parecían risas, luego llantos, supuso que eran sus amigos, que aún estaban haciendo disturbios. Cuando salió de la ducha, tomo la toalla, apenas se podía por el vapor que había dentro del baño, terminó de secarse. Se vió en el espejo, y se veía algo pálido, por un momento recordó aquellas tardes en su adolescencia, en las que se imaginaba esas situaciones de horror, en las que aparecía el diablo en el espejo. No tardó más de 1 minuto en suspirar, y admitir que había sido un estúpido por el hecho de solo pensar en que algo asi podría llegar a pasar.
Se escuchó un ruido totalmente desconocido desde afuera del baño, Santiago abrió la puerta; un amigo suyo había roto un jarrón, se disculpó y se marchó, Santiago entró en el baño lleno de vapor nuevamente, cerró la puerta, se dió media vuelta y allí estaba, un rostro vació, llevando una pipa , por debajo un cuerpo vestido de traje y corbata, y bajo el brazo una lista.

-        -  Leíste mucho sobre mí hace tiempo Santiago, creo que ya es hora que sepas que, estás en mi lista. Fin




Camila Vaccarini


Trascender

La niña tiene unos pocos años de vida. Lo habitual sería que no tenga mucho para contar. En cuanto paró en uno de los lugares por los que ella anda, escuchó decir a un hombre “Algunos jóvenes, encantadores pero inocentes e ingenuos, piensan que saben, pero no es así. No por falta de capacidad, si no por falta de tiempo. El tiempo lo es todo, el tiempo es experiencia”.
 Claro. Pensó la niña, y continuó andando.
 Ella, así de pequeña, así de feliz, andaba y andaba.Y aunque no lo decía, tenía mucho para contar, pero porque veía muchas cosas. Muchas imágenes que trascendía, tomaban el lugar del tiempo (por lo que este, en su mundo tampoco existía) y la hacían permanecer en el presente. Cada momento era su lugar, su magia, su conocimiento. El siguiente instante ya era otro, y lo pasado dejaba de existir. Por esto ella no contaba, solo veía. Es que así disfrutaba más de lo que pasaba en el momento, en lugar de distraerse contando lo que ya pasó. Ella era solamente, puramente, solitariamente ella. Lo que se puede decir en relación a los demás es que la niña, a veces, habla con algunas personas. Sólo para preguntar cosas precisas y concisas, porque ella nunca responde. Tampoco juzga, tampoco opina. Acepta todo como si el todo fuera parte de ella, como si todo le fuese natural.
 Familia no tiene, pero sin embargo parece haber sido bien criada. Comida no necesita ¡Pero toda la energía que tiene!, aparenta estar muy bien nutrida. Y su vivienda. Eso, es lo más interesante. No tiene una casa, pero habita intensamente todos los lugares. Vive en las tres dimensiones que su mundo tiene, y para recorrerlo, solo necesita... ¡Una bicicleta! Esa pareciera ser su única compañera de viaje. Aunque también es cierto que la niña tiene una gran reputación. Suele caerle muy bien a la gente, sin intentar hacerlo. No desea ser simpática. Ni siquiera habla mucho, y se queda muy poco tiempo en cada uno de los lugares que trasciende, por lo que el vínculo que instala con algún que otro ser humano, no llega a ser muy firme ni duradero. Y sin embargo un día su bicicleta se vio obligada a cuadruplicar su tamaño.
 Esta última anécdota es realmente graciosa. Fiorella andaba, andaba en su bicicleta. Hizo, en la tercera dimensión, dos preguntas. La primera fue “¿Qué tan tarde se le permite llegar al trabajo a usted, señor?” y el señor le contestó “No se me permite.” Ella lo miró sonriente y no respondió. Inmediatamente el hombre rompió en llanto. Acto seguido, la bicicleta con ruedas de mimbre, duplicó su tamaño y dio lugar a un asiento trasero. El hombre se sentó con ella. Fiorella observó la situación, y no dijo nada. Siguió andando, como siempre. Estaba formándose sobre el aire un pequeño hilo conductor que atravesaba el abismo que separaba la tercera dimensión de la siguiente (la cual nunca intentó trascender aún) cuando una niña parecida a ella, la miró. Luego le preguntó cómo hacían las ruedas de su bicicleta para resistir tanto peso siendo tan débiles, de mimbre. Fiorella se rió pero no le respondió. Es que tampoco ella se había hecho esa pregunta, ni consideraba alguna respuesta posible. Simplemente resistía.
 Cuando Fiorella no respondió, la niña voluntariamente tocó la rueda trasera de mimbre, y de la bicicleta surgió un nuevo asiento detrás del hombre. La niña se sentó en el. En ese momento, un joven muchacho llegó corriendo desesperado por encontrar a su hija. En cuanto la vio, se alivió tanto que echó a reir y la abrazó. La bicicleta, generosamente creó un nuevo asiento.

  Esta es la historia de aquel día. Fiorella, siguió andando. Pero cuando atravesó finalmente la tercera dimensión (cruzando ese enorme abismo, siguiendo al hilo conductor, el cual poco a poco fue trazando un irregular sendero suspendido en el aire), llegó a un lugar sin humanos. Para adelante, no los veía más. Ni a la niña, ni al muchacho joven, ni al hombre. Ella sin sorprenderse ni preocuparse siguió andando, como siempre. Solo que al llegar al final del camino, ella, como los otros, desaparecía. A partir de este abismo ya no logro verla más. Sin embargo, algo me indica que no vuelve porque no quiere. Pero quizás un día decida trascender nuevamente las dimensiones conocidas, y allí sí que la podré ver, a ella y a todo lo que lleva consigo.
Michael Cheval

Ludmila Corvalán

 
Consecuencias de la Soledad

  Hoy es un día gris, como todos. Miro hacia la ventana de lo que solía ser mi habitación antes de que todo cambiara. No me arrepiento de ello, no. Al contrario, creo que fue lo único bueno y útil que hice en toda mi vida. Allí, veo los restos de papeles arrugados que están sobre mi escritorio. La puerta color marfil se encuentra cerrada, como la mayoría del tiempo cuando yo estaba dentro. Mis padres no la habían vuelto a abrir desde aquel día.
  Revivo en mi mente una y otra vez lo sucedido el otoño pasado, el momento más triste y feliz a la vez. Era un veintisiete de abril cuando decidí hacerlo. Recuerdo muy bien ese día, me encontraba en mi habitación, la puerta estaba cerrada como de costumbre. Rara vez salía. El escritorio negro con los hermosos papeles que encontré una vez junto a la laguna del parque cercano a mi casa, sobre los que se posaban esos cuervos perfectamente dibujados que yo amaba tanto, los que tantas sensaciones me causaban, los únicos amigos que tuve. Me había sentado un momento a observar desde la ventana el árbol oscuro y sumamente imponente que se encontraba justo fuera de mi recámara al que siempre había querido subirme; era tarde por la mañana, sin embargo el sol aún no daba señales de intentar salir, y nunca lo hizo. Minutos después, todavía seguía divisando el hermoso árbol y su majestuosidad al moverse con el viento, me encontraba maravillada frente a aquel hermoso acontecimiento que se presentaba delante de mis ojos. Allí me puse a pensar, entre muchas otras cosas, en mis padres. Nunca me habían apoyado, siempre estaban ocupados. Toda mi vida estuve sola, hasta que encontré esos dibujos. A partir de ese momento, cada mañana me visitaban los cuervos que salían de ellos. Lo hacían todos los días cuando mis padres se iban a trabajar. Hablábamos de todo. Les contaba siempre mis problemas: las constantes peleas con mis padres; mi fuerte sensación de soledad y tristeza que desaparecían cuando se presentaban, pero que crecían cada vez más al irse. Ellos siempre me escuchaban, eran los mejores amigos que había tenido nunca.

  Esa misma noche, al llegar mi padre de trabajar, no se encontraba feliz. De un momento al otro, la paz que mis amigos habían dejado se esfumó. El alcohol aumentaba su ira, y la descargaba contra mí. Rápidamente me escondí en el armario. Llanto, tristeza, ruido. Al salir, mi padre ya no estaba, y mis dibujos tampoco. Recuerdo muy bien la desesperación que sentí en ese instante hasta encontrarlos. Me encontraba completamente perpleja: los hermosos dibujos, mis amigos los cuervos, completamente destrozados. 
  En ese momento fue cuando me di cuenta de que ya no podía más. Estaba harta de todo aquello. Llorando, me senté al lado de la ventana. Unos minutos después, sentí un ruido y levanté la vista. Allí en el hermoso marco color crema que la rodeaba, divisé un lazo verde en el pico de un hermoso cuervo. Estoy casi segura de que fue el mejor momento de mi vida, junto con lo que haría horas después. Su belleza era indescriptible: su plumaje perfectamente negro, sus ojos redondos, oscuros y profundos. Era perfecto. Lo oí balbucear unas palabras luego de dejar el lazo, “hazlo, hazlo, hazlo". Luego se fue. Me sentí vacía por un momento, pero él tenía razón, debía hacerlo. Entonces, coloqué el lazo en mi cabello.
  En ese momento me decidí, decidí dejar todo atrás: las pesadillas constantes, el ruido, el sufrimiento. Y aquí estoy ahora, relatándoles cómo termine con todo esto, desde la hermosa copa de mi árbol preferido, con el lazo en el pelo y mis amigos volando.


Candela Miller


El señor Ling

Hace exactamente un año y tres días que el señor Ling llegó al barrio de Floresta. Nadie sabe su procedencia, nadie sabe de que trabaja, solo saben que todos los días sale de su casa a las 6:45 AM. Haga frío o calor, llueva o truene, él siempre sale.
Siempre se lo ve con la mirada perdida, pensando en vaya uno a saber qué. Todos los días lleva puesto un traje negro, un sombrero gris y en cada una de sus manos una maleta. Él tiene un aura de misterio que lo sigue a todas partes, siempre caminando con la cabeza baja sin mostrar ninguna emoción.
Hace exactamente un año y tres días que comenzaron los robos y desapariciones en el barrio, un día desvalijaron la casa del diariero, otro día en la farmacia se encontró destruido el armario donde se guardaban las drogas fuertes para uso medicinal, y el peor caso que ocurrió fue la aparición de dos cuerpos sin vida tirados en la plaza central.
Unos decían que el señor Ling era el jefe de la mafia china, otros decían que se dedicaba al tráfico de órganos y que en cada una de sus maletas llevaba corazones y riñones para vender, otros simplemente creían que era un ladrón o un asesino que escapó de la cárcel. Los vecinos murmuraban a su paso, miles de ojos lo seguían con la mirada. Y como hojas que caen de los árboles en otoño, los prejuicios contra el señor Ling se fueron esparciendo por toda la ciudad. La población llegó a una única conclusión. Hay que matar al señor Ling.  
Una noche, donde solo alumbraba la luz de la luna, hartos de las inseguridades y de sus miedos, decidieron: hoy era el día donde el señor Ling moriría. Cansados y con frío lo vieron llegar. Se veía igual que siempre, su mirada perdida,  las maletas en sus manos, su típico traje negro y su sombrerito gris. A medida que él se iba acercando, la gente lo rodeaba. Ling se paró. Los miró con el miedo reflejado en sus ojos y cuando quiso abrir la boca para preguntar qué pasaba y por qué lo miraban con furia, la gente comenzó a gritar y a atacarlo. Entre todos lo ataron y lo colgaron de un árbol. Desesperado empezó a patalear y a suplicar que lo bajen. Fue ahí, en ese momento, que al señor Ling, ya sin vida, se le caen las maletas de las manos.  Satisfechos, cada uno regresó a su casa con un pacto de silencio.
Tres meses después, se dieron a conocer los resultados de los hechos policiales del último año. Se descubrió que el robo a la farmacia lo había cometido el hijo de un policía que traficaba drogas, que el diariero fue acusado de haberse robado a si mismo para cobrar el seguro, y que los cuerpos hallados en la plaza central, eran de una pareja que había cometido un pacto suicida. Solo queda por resolver, el misterioso caso del chino que se encontró colgado de un árbol. Lo único que se supo del caso es que se apellidaba Ling y que era un médico jubilado que pasaba sus días ayudando a gente que lo necesitaba.

Ezequiel Casazza


Soldado Anónimo


   No sé porque me uní al ejército del Rey Ignavus, era  un ejército donde yo estaba orgulloso de estar y era una persona más del montón, para un rey que no le conocía ni la cara pero le  tenía mucho respeto y admiración, por un reino que no me dio nada y aun así hubiera dado la vida por él.
Mis padres me dijeron que no vaya, pero yo tampoco me veía un futuro quedándome en donde estaba, lo que no me di cuenta es que donde en realidad no tenía futuro, era  a donde estaba yendo.
   En la noche en la que llegue conocí a mis compañeros de carpa. En la fogata estaban reunidos unos caballeros hablando, note que uno resaltaba del resto, se llamaba Fortis. Escuche que era de una familia noble muy respetada, era el guerrero más fuerte y valiente que conocí. Su nombre seguramente quede en la historia.
  Los nombres de mis compañeros no me importaban, eran solo de infantería, solo importaba que fueron hombres humildes y buenas personas, no merecían morir o por lo menos supongo que eso les pasó.
  Pudimos escuchar que Fortis decía que el Rey Ignavus era un cobarde ya que había comenzado una guerra por miedo a perder una pequeña porción de territorio. Ese miedo era irreal, el reino de Hostibus no tenía intención de invadirlo, pero envió a sus tropas a una guerra que él  jamás lideró, se quedó encerrado en su castillo, cuando su deber como rey era ir al frente de todo su ejército a pelear por su reino, o al menos eso decía Fortis. Ninguno mis compañeros y yo conocía esos hechos, solo sabíamos que estábamos ahí para pelear por nuestro rey y eso íbamos a hacer.
  Al otro día salimos hacia el Reino de Hostibus, para mi sorpresa el que lideraba el ejército era  el caballero al que había escuchado hablar la noche anterior. Para él, un viaje de 300 millas como este era rápido y puede ser que hasta cómodo, ya que iba montado a su caballo y no tenía que llevar equipaje ni provisiones. A diferencia de él, nosotros, los de infantería, íbamos a pie llevando en la espalda todo tipo de cargamento, más la armadura, que solo nos la sacábamos cuando parábamos a comer al medio día y al anochecer cuando cenábamos y dormíamos. Tuve suerte de no tener que llevar ninguna catapulta. La comida y el agua era poca, era menos de lo que comía y tomaba  en mi casa. Fue el viaje más largo y agotador de toda mi vida, por lo menos mientras caminaba iba al lado de un arquero con quien ya me podía quedar hablando durante horas. La mayoría de las veces hablábamos de la diferencia social que había, por ejemplo que Fortis era de una familia muy adinerada, que debía comer mucho todos los días, debía tener muchos lujos que nosotros ni imaginábamos, debía entrenar horas y horas a la semana; mientras que nosotros trabajábamos desde la mañana hasta la noche casi sin descansar, pensando que ir a la guerra era la salida para poder tener un poco de prestigio y honor.
   Después de la quinta noche de viajar llego el día de la batalla. Ahí nos encontrábamos, ejercito contra ejército, hombres contra hombres, los dos bandos peleando a muerte por los caprichos de nuestros reyes. Fortis, gritando, nos dio unas palabras de motivación y empezó a cabalgar hacia el ejército enemigo, todos nosotros lo seguimos. Veía las piedras de nuestras catapultas y las flechas ir hacia ellos por arriba mío y sentía mucha adrenalina,  más de la que sentí alguna vez en mi vida. Ya había empezado a ver a Fortis a lo lejos atacando enemigos arriba de su caballo, pero en ese momento me golpeó una piedra lanzada de una catapulta enemiga y perdí la conciencia antes de llegar a la zona de batalla.
   Hace tres días desperté en este calabozo, antes de que te trajeran pensaba que no iba a volver a hablar con nadie. Escuché que me iban a ejecutar hoy, seguramente mis padres ya me estén dando por muerto. Nunca había pensado en morir a causa de un cobarde paranoico, o admirar tanto a un guerrero a quien nunca vi pelear o conocí su valentía, tuve que llegar acá para darme cuenta de eso. No estoy preparado para morir, pero supongo que ya es tarde. Lo peor de todo es que nadie se va a saber de todo lo que me pasó o de que alguna vez yo existí. Al fin y al cabo los nombres que pasan a la historia son los de reyes como Ignavus y caballeros como Fortis, a pesar de sus defectos o virtudes, no los de plebeyos o guerreros de infantería, no creo que alguien se acuerde del mío. 

Noelia Maciel




El mago Invierno



   Estaba jugando con mi hermano Aaron cuando llegó mamá. Abrió la puerta haciéndola golpear contra la pared y gritó; estaba enojada. Tenía en la mano la botella de vidrio de siempre, sus ojos estaban rojos y su voz se escuchaba rara, como cada noche. Aaron me llevó al cuarto, ya era hora de dormir.
   No sé por qué, pero me había hecho amigo del mago Invierno, ese señor pálido que tenía poderes fríos. Me hacía acordar al Rey Helado de Hora de aventura, sólo que este no era malo, sino todo lo contrario: además de jugar conmigo, me cuidaba del lobo que rondaba por los bosques congelados. Decía que en algún momento había sido bueno, que era su amigo, pero que de a poco había ido cambiando y nunca volvió a ser como antes.
   Todos los días mi hermano me iba a buscar a la escuela. Cuando llegábamos a casa me hacía la leche, me ayudaba con la tarea e íbamos a la plaza. La calesita era lo mejor, siempre agarraba la sortija y podía dar muchas vueltas gratis. Aaron se sentaba en un banco cerca y me miraba toda la tarde, me sacaba fotos o se ponía a hablar con las mamás y papás de los otros nenes.
   Lo bueno de estar tanto tiempo era que me podía subir a un animal distinto cada vuelta, pero el que más me gustaba era el dinosaurio. Cuando me cansaba o el cielo empezaba a oscurecer, volvíamos a casa. Al llegar me bañaba mientras mi hermano hacía la cena. Comíamos y nos acostábamos, pero él siempre se levantaba cuando escuchaba a mamá e iba a calmarla. A la mañana me despertaba y me hacía el desayuno. Todos los días se ponía hielo porque tenía una marca nueva en la cara. Si le preguntaba, me decía lo mismo, que había dormido apoyado en algo o que se había caído de la cucheta.
   El mago Invierno y yo hacíamos cosas distintas cada vez que lo visitaba. Armábamos muñecos de nieve como en las películas, salíamos a pasear en trineo, jugábamos a las escondidas en el bosque y, a la noche, subía a lo más alto de los árboles blancos y tocaba una cosa parecida a un cuerno o una trompeta que tiraba copos de nieve, para que yo los atrapara. No nos quedábamos mucho tiempo porque en cualquier momento podía salir el lobo, y el mago no podía usar sus poderes contra él.
   Me encantaba estar ahí, eran mis sueños más felices. Pero un día, todo se convirtió en una pesadilla. La nieve se estaba derritiendo y no encontraba al señor Invierno. Lo busqué en todas partes, en su cabaña, en el lago congelado, en el bosque, hasta que lo vi. Estaba tirado y su sangre había manchado lo poco de nieve que quedaba; a lo lejos se oyó un aullido. Lo sacudí, le hablé, pero no me contestaba, ya era demasiado tarde.
   Me desperté llorando, era de noche todavía, pero quería un abrazo de Aaron, él sabía del mago, siempre le contaba. Miré en la cama de arriba, pero no estaba ahí. -Seguro está hablando con mamá- pensé, así que corrí por el pasillo con los ojos llorosos hasta la cocina.
   Ojalá nunca hubiera ido. Me hubiese quedado en el cuarto como me decía Aaron. Pero ya había visto todo: mi hermano en el piso y mi mamá manchada de sangre.

Gisela Meneces


La aceptación


    Era un día en el que parecía que todo iba a ser igual, pero fue en ese momento cuando la madre de Leila, Catalina entra a la habitación de su hija y le dice que se va a casar. Leila al escuchar tal cosa no lo puede creer ni aceptar ya que para ella no fue hace tanto tiempo, aunque ya hayan pasado cuatro años, de que su padre, Franco , falleció. Él falleció cuando Leila tenía trece años y su madre Catalina treinta y siete años; Franco era mayor que Catalina con cinco años, por lo tanto falleció cuando tenía cuarenta y dos años; él era abogado, pero cuando falleció Leila y Catalina tuvieron problemas económicos ya que Catalina no podía trabajar por un problema que tenía en la espalda.
    Leila se entera de que el prometido de su madre es Marco, que es doctor, tiene un año más que su madre y se conocieron en el hospital ya que ambos ejercen la medicina. Pero a pesar de esto Leila no quería aceptar la idea de que su madre se casara de nuevo y menos con un hombre al que ella vio una o tres veces antes de que su madre le dijera de que se casaría.
   Luego pasaron los días; y cuando Marco venía de visita, Leila siempre lo evitaba, ella siempre era distante con él, ya que no lo quería en su vida como un reemplazo de su padre, así que cuando él venía de visita ella siempre se iba a algún otro lado.
  Faltando cuatro días para la boda de su madre, Leila decide esconder el vestido para evitar que su madre se case; luego de ello pasaron dos días cuando Leila estaba en la plaza que había cerca de su casa, y fue allí cuando aparece Marco, y le dice que él entiende porque no lo acepta, pero que no se preocupe por su madre porque él la quiere mucho y no le piensa hacer daño y que la va a apoyar sobre todo por su enfermedad.
   Y fue en ese momento cuando Leila se entera de que su madre tiene cáncer, ella se pone a llorar mientras Marco la consuela porque no lo sabía y en ese momento tan triste fue cuando ella se dio cuenta de que su madre no la estaba pasando de lo mejor y que ella no la estaba apoyando al querer arruinar su boda.
  Más tarde, ella sin que nadie se diera cuenta devuelve el vestido de bodas de su madre. Pero cuando ella sale de la habitación, su madre llega a su casa, la ve y le dice que tiene que hablar con ella. Fue en ese momento cuando su madre le cuenta que cuando murió su padre y ellas tenían problemas económicos, fue cuando conoció a Marco, quien amablemente la ayudo con sus problemas económicos y sentimentales ya que ella estaba en una situación muy difícil de superar; al oír esto Leila reflexiona y empieza a querer a Marco ya que él se merecía su aceptación.
  Llegó el día de la boda, su madre, Catalina estaba bellísima con un vestido blanco, su pelo rojizo con rulos estaba recogido y con unos tacos muy lindos estaba entrando a la iglesia, Leila la miraba con alegría. Luego estaban saliendo Catalina y Marco de la iglesia con una sonrisa enorme en sus rostros.
   Luego de ello Leila y Marco mantenían una muy buena relación desde entonces, pero cuando Catalina murió ellos sabían que murió feliz; ya que se casó con el hombre que quería y el saber que su hija lo quería también fue algo muy lindo para ella.
  Al pasar los años  Leila ya había terminado la universidad y ya estaba viviendo sola. Un día tras salir de la universidad ella va a visitar a su madre  y cuando va, se encuentra con Marco en la tumba de su madre, ambos le dejaron un ramo de flores y le cuentan lo bien que les estaba yendo en sus vidas.

Julian dos Santos

“Escritor actual”
Esta es la historia de un adolescente de diecisiete años que siempre quería escribir, no sabía cómo, no sabía porque, pero lo añoraba. Quizá fue la sociedad que lo motivo, pero de la mala manera. El sentía que nunca tenía tiempo para ello, pero en realidad si, solo estaba atrapado en su vida y en la complejidad de sus pensamientos. Era un chico muy pensativo, podría ser un gran escritor si se lo propusiera, pero estaba siempre atrapado en lo que la sociedad le intuía, la presión del colegio, el cariño de su familia, la diversión de las salidas con sus amigos, la pasión en el deporte, todo eso le impedía escribir, o eso creía él.
Había algo que lo distraía de todo y también le hacían creer a si mismo que solo con ello podría escribir, que aunque el supiera que estaba mal lo que hacía, le gustaba, porque le hacía olvidarse de todo en lo que él se sentía atrapado y distraerse un momento: las drogas.
Fue una tarde de invierno en la que los padres del chico habían salido de vacaciones por un mes,  las probo por primera vez, cuando esto sucedió, sintió que todo a su alrededor había cambiado, ya no escuchaba a nadie, solo sus pensamientos. Entonces se propuso escribir.
Al día siguiente, se sentó en su escritorio con su computadora, pero al cabo de dos horas no había nada más que una hoja en blanco. Se la paso pensando que sin las drogas no podía “bloquear” sus distracciones  y así lo hizo luego. Cuando hizo esto, tenía en la cabeza mil ideas de cualquier cosa, pero no eran más que alucinaciones de una realidad en la que no podía pensar, de todas formas escribió lo que se le viniese a la cabeza. Al pasar un rato, y pasados los efectos alucinógenos, vio lo que había escrito; no eran más que palabras sin sentido y desordenadas. Lo único que había conseguido era meterse en un vicio problemático difícil de suprimir.
A la semana siguiente ya había experimentado todo tipo de sustancias, y siempre resultaba lo mismo al escribir. Inútiles fueron los intentos de darle sentido a esas palabras, pues solo una parte no consiente de él las entendía. Lo único que hacia después de ello era criticarse a sí mismo para luego sentirse un bueno para nada y luego tener justamente ganas de nada, solo de drogarse. Al cabo de unas semanas ya no hacía deporte, la familia no le importaba, estaba cerca de dejar el colegio y ni hablaba con sus amigos, en cuanto a la escritura, desde aquella vez ya ni le interesaba intentar una tercera vez. Se la pasaba encerrado en su habitación, atrapado en otra realidad.
Al volver sus padres de las vacaciones que habían tomado, no podían creer lo que estaban viendo, ver a su hijo en esa situación les causo un impacto terrible, pues no era para menos, ver a tu hijo en casi un estado de coma no debe de ser placentero. Llamaron al médico de la familia cuanto antes  y este en seguida lo llevo a hacerse análisis para ver que tenía inyectado en el cuerpo y  saber cómo tratarlo.
Pasaron semanas o meses quizá, no lo recuerdo bien, hasta que mi hijo  salió de la rehabilitación. Estuvo en casa unos días y en ese tiempo, volvió a escribir. No sé desde cuando se le vino a la cabeza las ganas de hacer algo parecido a ello, pero no fue bueno, pues se la pasó dos días sin comer ni beber nada y cuando  entre a su cuarto una tarde, estaba tirado en su cama, ahogado en su propio vómito, había vuelto a ese maldito vicio.
Hoy recuerdo que esa misma tarde escribió algo hermoso, que ni yo tengo las palabras para describirlo, se empeñó tanto en ese trabajo que fue demasiado para él.
 Como me arrepiento de tomar esas estúpidas vacaciones.


Camila Ferrera

La planta de aloe vera

Por fin salí. La impotencia que tengo no puedo compararla con nada, pero después de nueve años, quiero contar lo que en verdad pasó. Pueden creerme, como nadie; o no hacerlo, como todos.
 En la granja casi siempre estaba todo muy tranquilo a pesar de la existencia de mis nueve hermanos menores. Eran todos más pequeños que yo y también más traviesos. No quiero que piensen que estoy tratando de parecer madura pero al tener quince años, la mente de uno cambia.
Era invierno y el sol se despedía de nosotros a las cinco y media de la tarde ¡Quién lo diría!, en invierno lo extrañamos y en verano lo odiamos. Es como la vida en general, cuando algo no está, lo extrañas, y cuando está, no lo querés.
En aquel entonces, papá nos obligaba a entrar a la casa todos los días a la seis de la tarde. Seguramente seguía triste y nervioso por la muerte de mamá hacía ya dos meses; todos lo estábamos. Pero esa atroz enfermedad que acabó con su vida fue tan dolorosa que lo mejor era dejarla ir.
Un lunes de junio, recuerdo, a las seis menos cuarto me pidió que fuera a buscar huevos para hacer un revuelto. Aproveché, y al verlos, les dije a todos mis hermanos que entraran a la casa porque había empezado a oscurecer.
 Cuando estaba en el granero sentí que alguien me observaba, no sabía de dónde, sólo lo sentía, así que me apuré y volví rápido a mi casa. No quise contarle a papá porque no me pareció importante, y no era necesario preocuparlo, menos por algo que seguramente había sido producto de mí imaginación.
Cuando terminamos de cenar me ofrecí a lavar los platos y claro, como lo esperaba, nadie se negó. Me quedé tildada mirando hacia la ventana que daba al patio trasero y me quemé con agua hirviendo, entonces fui a buscar la planta de aloe vera que estaba allí (dicen que es útil para quemaduras).
De nuevo lo sentía, no sabía qué era, pero lo sentía, sentía a alguien observándome, mirando mis movimientos. Cuando agarré una hoja de aquella planta, tan nutritiva para la piel, sentí un suspiro detrás mío que hizo que me diera vuelta en menos de un segundo.
Esto va a sonar raro, lo sé, por lo que después de que sucedió la masacre, me llevaron directamente a un loquero.
Había un payaso, sí; un payaso detrás mío. Intentó agarrarme y llevarme adentro del granero pero gracias a Dios, o a mi rapidez, logré escapar para el lado de la ruta. Mientras corría pensé qué hacer: si volver a mi casa para advertir a mi familia o pedir ayuda a mis vecinos. Decidí hacer lo segundo y luego de correr desesperadamente dos kilómetros hacia donde vivían, logré dar con ellos: avisamos a la policía, mientras nos dirigíamos en camioneta a mi hogar.
Sangre, cuchillos, una foto de mi mamá en el piso, más sangre, mi papá en el suelo, la alfombra ensangrentada, mis hermanos. Todo y todos. No quedaba nadie más. Sólo yo.
La policía no investigo nada, fue por el camino fácil: una hija que se había vuelto loca, mató cruelmente a toda su familia.
Como sufría, supuestamente, de una alteración psíquica, no me dieron años de prisión, sino años en un loquero. No sé si prefería la cárcel antes que las pastillas, los psiquiatras y esa habitación blanca.

Por fin hoy salí, y volví al lugar de la tragedia. Estaba todo igual, menos la presencia de mi papá, de mis hermanos, de la planta de aloe vera, y de la casa. Solo quedaba terreno baldío.

Milena Insua Szulman

La Casa 

    Sé que suena raro, pero la casa había empezado a hablarme. Empezó con susurros, y ahora, hasta nos poníamos a hablar de fútbol, o de política; de religión nunca, me parece que era judía. A mi mucho la religión no me interesa, ni la católica, ni la judía, ni la musulmana, simplemente no me atrae. Prefiero otras cosas. Quién sabe, yo no sé, yo sólo escucho. 

 Pero si les digo todo esto todos van a pensar que estoy demente, así que les voy a narrar mi historia. Comienza hace unos cuantos años, cuando compré una casita por el barrio de Núñez, linda casa, vieja. Me mudé y unas semanas después, escuché un chillido de emoción, me acobardé y luego de eso oí que alguien empezaba a hablarme. Esto se había repetido por varios días, al principio creía que eran las vecinas, pero las voces seguían aunque ellas no estuvieran. En el otro lado de la casa había un baldío.

 Una noche acerqué un vaso a la pared y comencé a probar pared por pared para notar de dónde venían esas palabras, lo raro era que en las cuatro paredes se escuchaba muy bien. Me decía cómo lavar las cortinas, o como encerar el piso de pinotea del living. Me servía; además era una linda compañía y los pisos quedaban bastante bien.
 Un día, me decidí a hacer algo que nunca había hecho, contestarle. Ya no era necesario que escuche con un vaso ya había comenzado a hablar más fuerte.   Siempre que hablaba, con su voz clara y delicada, yo no añadía nada a la “conversación”.

 Debo aceptar que soy tímido, por eso prefiero escuchar.  Ella estaba en pleno monólogo y le pregunté su nombre, la Casa se limitó a decirme “…Ay querido! Y yo pensaba que eras mudo. Linda voz tenés, me gusta.” Evitó mi pregunta y siguió hablando sobre su techo y sus paredes. Había veces dónde no podía seguirle mucho la conversación o simplemente pasaba a molestarme su voz.

 Meses después de vivir allí, con La Casa ya éramos íntimos amigos, había logrado que me conteste las cosas que le preguntaba, a veces jugábamos al ni sí, ni no, ni blanco, ni negro. Yo salía a trabajar a las ocho de la mañana, volvía a las cuatro de la tarde, ella me esperaba. En ocasiones ella me pedía que yo pintara algunas habitaciones o que saque las hojas de la canaleta, yo le hacía caso e iba a ayudarla.
 Le contaba lo que había hecho en el trabajo y ella me chusmeaba qué habían hecho las vecinas, Roberta y Marta, mujeres insoportables, no se dan una idea, nos reíamos mucho de ellas. Cada vez que me las cruzaba en el almacén de Beto se quedaban horas y horas hablándome, de sus nietos, de que sus maridos no las complacían y me hacían ojitos. Yo dejaba de hablarles y me iba con mi amiga.

 Ella era lo único que necesitaba, era como estar solo, pero no del todo además cuando entraba a mi Casa un calor me inundaba. En las mañanas ella me ayudaba con el color de corbata que debía usar o qué pantalones ponerme, siempre era sincera y amable.

 En el mes de Junio, un año después de mudarme, conocí a una chica en el trabajo, Ester. La invité a tomar unos mates a mi casa y desee con toda la integridad de mi ser que mi antigua amiga no haga ningún comentario, ya que Ester saldría corriendo.
 Fue una linda tarde, tomamos mate y comimos facturas, fue divertido, hablamos muchísimo, hacía tanto que no hablaba de mi, hacía tanto que no escuchaba hablar a alguien mientras veía su cara.  Luego de que mi nueva amiga se marchara esperé a que La Casa hiciera algún comentario, sobre cualquier cosa; esperé, pero no dijo absolutamente nada. Por días no dijo nada, supuse que podía estar enojada porque había llevado alguien a la casa, pero no sabía que le pasaba. En los momentos que llegaba a mi casa tenía que abrigarme constantemente aunque haga un calor insoportable fuera.



 Comencé a invitar diariamente a Ester a mi casa y ella me invitaba a la suya, tomábamos mate, comíamos bizcochitos o facturas, hablábamos, reíamos. Un día, nos besamos, el siguiente, hicimos el amor, y muchos meses después nos comprometimos, las risas de mis  hijos llenaban el espacio, vivimos en mi casa. Siete años después de casarme con Ester, una mañana mi antigua gran amiga volvió a hablarme y así fue como comenzamos nuevamente nuestra leal amistad. 
 Fin

Tomás Barbajelata


Cementerio de inocentes


Era un 12 de Junio, la ciudad estaba destruida. Yo fui una de las pocas personas que tuvieron la suerte de sobrevivir. Me quede noches pensando si de alguna manera podría haber evitado que terminase de esa forma. Pero todo fue en vano. No lograba encontrar ni siquiera una razón para que estallase la guerra, y la mejor manera de pensar en alguna, es recordando.
Todo empezó un 12 de mayo de 2025, faltaba un mes para mi cumpleaños. Mi familia me preguntaba día a día que es lo que había decidido hacer en esa fecha. Hoy, diez años después, estaría dispuesto a contestarles, pero ya es tarde. Días después, en mi casa, recibieron una carta en la que me nombraban, en ella decía que tenía que presentarme al ejército y combatir como soldado representando mi país. Al no tener elección, me preparé, me despedí de mi familia y partí con el ejército. Me recibieron de forma muy correcta, pero luego me di cuenta de que en realidad nunca me tendría que haber presentado. Por falta de presupuesto, pasé días sin comer y rápidamente me habían enseñado lo básico para la utilización de armas de fuego. Semanas después, había llegado el momento de poner en práctica lo aprendido. Fuimos a atacar una base enemiga, y todo salió según lo previsto. Nos felicitaron y volvimos a nuestra base, la cual se encontraba ubicada al lado de una gran montaña. 
Al día siguiente, al despertar,  decidí irme. No aguantaba estar ni un minuto más dentro de ese lugar. Corrí lo más rápido que pude, me escondí entre dos grandes piedras y al voltearme para observar nuestra base, observe como la tropa rival asesinaba a los soldados encargados de vigilar por la noche. Creí que uno de ellos me había visto y agache la cabeza. Minutos después escuché una gran explosión y disparos, y al ver hacia donde se encontraba la base, no había más que cenizas, y manchas de sangre. Cuando el ejército enemigo se fue y todo parecía seguro, salí de mi escondite y me dirigí hacia los escombros. Al recordar que la mayoría de  soldados no tenían experiencia y que ninguno había utilizado un arma en su vida, sentí que su muerte la recordaría durante toda mi vida.Y así fue. Muchos de ellos eran menores de veinte años y como inocentes que eran, perdieron su vida durante el periodo de guerra. Verifique si había alguien con vida bajo los escombros y luego partí hacia la ciudad. Tarde poco más de un día en llegar. Caminaba al lado de la carretera y a través de los carteles me enteraba de cuanto me faltaba para llegar. Durante la noche decidí parar  a descansar. Desde el lugar donde me había acostado alcanzaba a ver toda la ciudad, la observé durante unos minutos y me acomode para dormir. Al día siguiente cuando desperté, todo estaba destruido. Pensé en mi familia. Sentí ganas de llorar, pero al final no lo hice. No fue un regalo que me hubiese gustado recibir en un día como ese. Paso poco más de un año desde aquel día y hoy es la primera vez que logro recordar como ocurrió todo. Y me doy cuenta de que en realidad yo no hubiese podido hacer nada para evitarlo. La visité durante varios días y sentía que caminaba sobre un cementerio en él que se encontraban familiares, amigos y muchas personas que no conocí. Todas inocentes.
 En base a esta experiencia, pude realizar esta obra. En la que muestro claramente mi rostro entristecido por el hecho de haber recordado esta misma historia solo para compartirla con ustedes.
 En ese momento, me levanté de mi asiento, hice un gesto de agradecimiento a la gente que se había acercado para observar la obra, y dí por terminada la conferencia.

jueves, 14 de mayo de 2015

Camila Costa

Y el mar estaba más vivo


 En un momento había sido feliz, no fue hace mucho. Los cuatro integrantes de su familia habían salido de viaje por primera vez y ella estaba muy emocionada. Se quedarían en una casa orillas del mar que habían alquilado para un mes.
 Desde muy pequeña, su papá le contaba cuentos de piratas y marinos que se enfrentaban y de 
sirenas, estas eran sus favoritas, amaba que nadaran todo el día y que hablaran con todas las criaturas marinas. Estaba fascinada con el mar y dibujaba solo la costa, a los peces y a las sirenas.
Ese verano su sueño de conocer la playa se iba a cumplir.
 Llegaron en una tarde cálida de enero, no sabían que pasarían allí las dos semanas más soleadas de todo el verano. Su hermano, menor por dos años, se había dormido durante el viaje, entonces, ella salió a caminar con su papá. La costa era más hermosa de lo que había imaginado, la arena dorada se oscurecía si estaba mojada y el cielo celeste se mezclaba con el mar. Mientras pasaban cerca de un muelle, se preguntó si era feliz, sin duda lo era. Quería mucho a su hermano, a sus padres y estaba en el lugar de sus sueños. En ese momento él la alzó y ella rió muy fuerte, estaba muy contenta y quería que esas vacaciones no terminaran nunca; no sabía que terminarían antes de lo esperado.
 En las mañanas conseguían caracoles. Cuando salió por primera vez a buscarlos con su hermano y su papá, llevó una caja del trabajo de su madre. Encontró un caparazón gigante, más grande de los que había visto antes, se los mostró, orgullosa de su descubrimiento; su papá lo agarró, se lo puso cerca del oído y le contó que si escuchaba dentro de la caracola escucharía siempre los sonidos del mar, ella pensó que oiría alguna sirena, pero no escuchó más que olas. Igualmente la guardó en la caja de los tesoros, como el niño la había nombrado.
 Por las tardes jugaba en el mar con su hermano.  Él era un cangrejo, ella una sirena. Pasaban hasta el ocaso en el agua y se divertían, el niño quería ser un pirata, pero según ella, todavía era chico para ese papel. Al volver, su madre la retaba, porque no podía llevarse ella sola a su hermano a nadar. Un día decidió probar que se equivocaba.
 Era muy temprano, recién empezaba la última mañana de las vacaciones. Despertó a su hermano, quien dormía a su lado, prometiéndole que esta vez podía ser un pirata, con eso lo convenció para salir. Hicieron silencio para no despertar a sus padres.
 Llegaron, tendieron una manta y se metieron al mar, su hermano se zambulló, pero apenas sus pies tocaron el agua escuchó la voz de su madre, estaba enojada, salió corriendo del agua,
guardaron la manta y ambas volvieron a casa, recibió un sermón larguísimo y luego los padres 
fueron a buscar al niño, pensaban que seguía durmiendo, pero no estaba en su cama, 
volvieron desesperados a preguntarle a su hija, quien respondió que estaban jugando, que él
quería ser un pirata y se había metido al agua. Corrieron hacia la playa.
 No lo encontraron, pasaron días y la esperanza de volverlo a ver era cada vez menor. 
 Volvieron a la ciudad, ya no como una familia, luego de meses de peleas, terminaron siendo sólo dos. Su madre de un día para otro se había ido, sus cosas también; al igual que las fotos y la ropa de su hermano hace mucho ya no estaban en la casa.
 Luego de años, ella no era feliz, no volvería a ver el mar y no tenía una familia.
Pero, después recordó que podía escuchar los sonidos del mar. Alcanzó la caja de tesoros, ya llena de polvo, tomó la caracola y entre las olas, una voz infantil le preguntó si ya podía ser un pirata.

Joaquín Campano

Océano

El sol acababa de salir por el sur. Se notaba como la luz empezaba a hacerse presente en el ambiente acuático. El océano estaba planchado. No había sonido alguno, era la combinación perfecta de paz y estabilidad.
Un cambio de rotación en la Tierra había provocado que el sol salga por el sur y se ponga por el norte, lo que había desencadenado incontables cambios definitivos para la vida humana tal y como se conocía allá por el año 2045. El astro luminoso había derretido casi por completo el continente Antártico, por lo tanto, el nivel del mar había aumentado considerablemente y las territorios emergidos habían quedado bajo el agua, a excepción de algunas altas cumbres.
El ser humano había evolucionado. Al verse rodeados de agua salada, se transformaron, mutaron, casi instantáneamente, en criaturas mitológicas acuáticas. La cola que tenían no superaba por más de unos centímetros a las que habían sido sus piernas.
No hacía falta decir más, el humano se había convertido en un ser acuático.
La vida bajo el océano era bastante agradable. La convivencia con los demás seres marinos había ido mejorando con los años. La tecnología, que había existido en tierra firme, era ya más rustica, como si se hubiese vuelto al siglo XIX. Sin embargo, una niña, o mejor dicho una “niña sirena” no estaba conforme con la vida en el mar (aunque ésta era la única vida que había conocido). Entonces casi rutinariamente subía a la superficie, donde allí la esperaba una pequeña canoa y una polilla que servía como animal de tiro.
Todos los días eran similares, la polilla llevaba a pasear a la niña y esta a cambio le traía los más exquisitos seres de las profundidades oceánicas, como por ejemplo, langostinos, camarones, pulpos y estrellas de mar.
La "niña sirena" se llamaba Hidrófila, un nombre muy común en esa época, ya que la sociedad era un tanto rígida y estructural, similar al siglo XIX. Cuando el mundo se tapó bajo el agua, todas personas que lograron evolucionar se reunieron en el centro del Océano Atlántico (por conveniencia de los occidentales). Era allí, a la altura del llamado "viejo Ecuador" donde se encontraba la megalópolis llamada "New Stage", abreviada NS. Existía el nombre en todos los idiomas (en español: "Nueva Etapa"), pero se trataba de regularizar el nombre en inglés, ya que seguía siendo un mundo donde Occidente y principalmente los antiguos Estados Unidos dominaban la escena y trataban de imponerse a los demás países.
                A Hidrófila le gustaba mucho navegar en la canoa cuando la azotaban las olas, pero lo que más le fascinaba era ver como la polilla se desplazaba por el aire agitando velozmente las alas que eran frágiles como el caviar y fuertes como la mordida de un marrajo. Ella observaba al gran insecto (que también había evolucionado, pero este en cuanto a tamaño) con una mirada de admiración. A veces Hidrófila trataba de volar, agitando muy fuerte sus brazos hasta que dolían, y en ese momento se frustraba y no volvía a intentarlo por varios días.
-         Debe ser una experiencia genial volar, ¿no? - exclamó la niña, mirando el cielo y luego dirigiéndose al insecto.
No hubo respuesta.
-          Bah!, quizás para vos no, ya que te pasas todo el día volando de acá para allá.- dijo Hidrófila sin expectativa de respuesta. Esta vez la polilla solo se limitó a mirarla con su ojo derecho.
Durante el resto del paseo, no se dijo mas nada.
Esa misma noche la sirena le comentó a su abuelo su intención de volar y de escapar de ese mundo acuático que tanto la agobiaba. Él le contó entonces como era su vida en tierra firme.
-          Nosotros íbamos solo un rato al mar, en verano y a la mañana. Nunca pensamos que viviríamos en él.- comentó el abuelo en un momento.
Días más tarde durante el paseo, la niña divisó una isla. Cuando llegaron, ella se dio cuenta de la vida que, allí,  existía, toda clase de aves e insectos. Después de horas de riguroso estudio de su vuelo, ella pensó en fabricar unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas. Y así lo hizo.
Dicen que a cierta altura caer en agua es como caer en concreto.
Es paradójico que el único tema al que esta niña no prestó atención en clase, haya sido el que le quitó la vida.

Juan Costa Viaggio

Los Pájaros de Lemb

Desde muy pequeño tengo el recuerdo de mi abuelo contándome historias. Historias que disfrutaba oír y nunca voy a olvidar. Fui criado por mi abuelo, el gran Yredik. El más viejo y sabio de toda la colonia. Casi no conocí a mis padres, ellos se fueron de este mundo cuando apenas era un niño. Solo tengo unos pocos recuerdos de ellos, en estos veo a mi padre enseñándome a observar las aves; a llamarlas para que así se acerquen a mí, a mi madre enseñándome a nutrirme del agua que cae del cielo. Aunque no los haya conocido del todo, los amo y las experiencias que viví con ellos son las historias que les cuento a ustedes, mis hijos.
 Crecí en la colonia de Pinacecae,  un valle rodeado por ríos donde la lluvia es generosa. Según mi abuelo nuestra sociedad no estuvo siempre dividida en colonias. Antes todos éramos uno. Hace no más de doscientos anillos los nuestros vivían en paz, sin miedo del ser que mi abuelo hacía llamar “Hombres”. Antes éramos miles de millones y ahora solo somos cientos de miles, dispersos entre los cinco continentes. Eso sí, estábamos bien comunicados. Como ahora, cada colonia tiene una familia encargada del adiestramiento de los Pájaros de Lemb, aves especialmente entrenadas para recorrer grandes distancias en poco tiempo. Estos pájaros enviaban mensajes de colonia en colonia, informando a cada líder sobre la situación de los demás compañeros. Yo, como ustedes, somos miembros de la familia Cedrus, encargada del entrenamiento de los Pájaros de Lemb en Pinacecae.
Mi abuelo decía que conoció al mismísimo Lemb, el creador de esta técnica. Y fue él quien le enseñó el arte de observar, escuchar y comunicarse con los pájaros. Esto se transmite de padre a hijo pero parece que, con mi abuelo, Lemb hizo una excepción. Mi padre, mientras vivía, llegó a enseñarme lo básico. A observar y a llamar a las aves. Al morir mi padre mi abuelo se hizo cargo de mi enseñanza, cosa que fue un honor. En ese momento tendría veinte anillos, ahora tengo ciento sesenta.
Los primeros anillos de mi aprendizaje fueron duros, de pequeño siempre fui muy curioso. Preguntaba por qué en lugar de cómo, cosa que a mi abuelo no le gustaba, pero el siempre tuvo un alma de niño y me respondía sin chistar, hasta cierto punto. Más adelante fui aprendiendo con mayor facilidad y ya a los 36 anillos pude enviar mi primer pájaro a la colonia vecina de Lanval. Aún recuerdo el mensaje, “Tenemos un nuevo mensajero. Abies Cedrus ha finalizado su entrenamiento”. Esa misma noche se organizo una fiesta, como es costumbre, y ahí conocí a la que actualmente es su madre. Pero esa es otra historia.
Como dije anteriormente, en ese tiempo las colonias estaban dispersas entre los 5 continentes y muy a menudo recibíamos mensajes en los que se informaba el riesgo que corrían las colonias del norte. Por esa época el hombre empezó a aniquilar indiscriminadamente a cientos de los nuestros y mi abuelo, muy preocupado, se dispuso a encontrar una solución.
Y así fue como después de quince noches y un día el sabio Yredik decidió que la respuesta la tenían los pájaros. Nosotros no podíamos comunicarnos directamente con el ser humano, así que desde entonces miles de Pájaros de Lemb viajan todos los días a ciudades,  pueblos y a cada rincón poblado por el hombre intentando descifrar este lenguaje desconocido. Desde que murió mi abuelo sigo intentando decodificar su idioma, sin suerte.

Quizás hagan falta muchas generaciones del calendario humano para que este concientice y se dé cuenta que desde hace ya más de 400 anillos que intentamos solucionar este problema. Yo les pido hijos míos que ustedes sigan luchando, sigan buscando una solución a este conflicto que se lleva a tantos de los nuestros año tras año, día tras día. Pobre del humano que no puede observar, escuchar y comunicarse con los Pájaros de Lemb.

Camila Corral

La llave soñada


El lunes la alarma suena a las 8, Anastasia la apaga, abre los ojos y se dirige hacia su escritorio, sobre el cual esta su uniforme perfectamente doblado y planchado. Una camisa blanca, un sweater azul, una pollera gris a cuadros, medias largas y en el piso, un par de zapatos negros de cuero. Levanta la cabeza y mira por la ventana, es un día algo nublado como cualquier otro. Se viste, agarra su mochila, baja a la cocina a tomar su café y parte camino a la escuela. Cuando regresa toma el té con sus padres y hace sus deberes. Luego cena y se va a dormir.
A la mañana siguiente la alarma suena a las 8, Anastasia la apaga, abre los ojos , mira por la ventana, se viste, baja a tomar un café , va a la escuela, vuelve, toma  el té, hace los deberes, cena y se va dormir...
Al día siguiente la historia se repite, los hechos se van desencadenando uno a uno... Todos los dias iguales, día tras día... y se vuelve a repetir.
Anastasia Flint tiene 15 años, vive en una casa antigua de la calle King en Bristol, Inglaterra. El Señor Flint es contador, y la Señora, neurocirujana.
El lunes siguiente, luego de su aburrido día rutinario, cuando Anastasia se fue a dormir,  algo sucedió, esa noche, soñó....
La mañana siguiente, cuando miró por la ventana, vio un pájaro en la cornisa, la miró unos segundos y salió volando, desapareciendo entre los altos edificios de la ciudad. Anastasia esbozó una pequeña sonrisa.
Estuvo todo el día siguiente tratando de recordar qué fue lo que había soñado, sin poder lograrlo.
Espero ansiosa el momento en volver a dormir. Deseaba soñar otra vez...
Y volvió a abrir la puerta de los sueños... Soñó que volaba sobre aquel pájaro que apareció en su ventana, pero era enorme, casi del tamaño de un helicóptero. Ella iba recostada boca abajo sobre su lomo, abrazándolo fuerte con brazos y piernas, mirando desde lo alto hacia abajo.
Y la noche siguiente se apuro a acostarse y subió nuevamente a su hermoso pájaro y volaron... No iban hacia un destino en especial, solo volaban sobre una ciudad, que no era Bristol. En la ciudad no había autos, ni edificios, ni personas yendo y viniendo a toda velocidad de las oficinas; ésta estaba llena de plazas con niños jugando, de animales, de gente paseando, de libertad.
así, noche tras noche, Anastasia abrió las puertas de nuevos mundos, de nuevos seres, de nuevos sentimientos.
Descubrió que podía alegrarse, emocionarse, disfrutar, llorar, reír... Que podía conocer cosas distintas, vivir aventuras maravillosas, abrir nuevas puertas...
Ese miércoles Anastasia se despertó a las 8, se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Estaba lloviendo. Contempló las gotas que caían lentamente del otro lado del vidrio, abrió la ventana y se asomó. Anastasia sintió el frío, el viento, el agua empapando con su rostro. Cerró la ventana y se secó la cara con el sweater que estaba sobre el escritorio.
Sonrió. Su corazón latió con fuerza y sintió mariposas en la panza. De pronto su vida se iluminó... Y se dio cuenta que tal vez, solo tal vez todos esos sentimientos que nacieron en sus sueños eran suyos, muy suyos; y que si quería, si se decidía, no solo podían ser sueños, sino que podían formar parte de su realidad de todos los días. Y sacar todo lo que tenía dentro de aquella jaula, en la que, antes de empezar a soñar, no sabía que lo estaba.
Tal vez, solo tal vez...si se decidía, podía abrir sus alas y volar...