martes, 22 de noviembre de 2016

Diario de lectura de "La casa de los conejos" - Campano

-Día 0-

En mi casa, cada tanto, alguien tiene jugársela y ordenar la sala de estar. Y como era mi turno, ordenando el despiole de la biblioteca encontré “La casa de los conejos”. Y me dije para sí:
-     - Pensá Joaquín. ¿No dijo Amadío que este librito podía ir? Sí, sí. Perfecto. Problema resuelto. No tengo que salir a comprar nada.
En el instante, mi prima se detuvo a mi lado y me contó que era suyo y que lo había leído hace un par de años.
-     - ¿Y? – pregunté como para que dijese si era para leer.
-     - Y está bueno. Es llevadero. Lo lees en una tarde.
Esto bastó para empezar.

-Día 1-

El temor del “qué dirán” abre el relato: “Temía que me dijeran: ¿Qué ganás removiendo todo aquello?”
La protagonista deja de lado esto y dice que a menudo piensa en los muertos, pero que ahora sabe que no hay que olvidarse de los vivos. “Más aún: estoy convencida de que es imprescindible pensar en ellos. Esforzarse por hacerles, también a ellos, un lugar.” Dice que el ese esfuerzo por recordar también es para olvidar. Confuso ¿no? Quizá no tanto. Porque olvidar es resolver, darle un fin. Porque olvidar por fin es haber antes recordado todo.

Durante la descripción del colectivo noto que la autora escribe para afuera. Claro, este libro se publicó primero en Francia. Dice en un momento: “Boca Juniors, el gran club de fútbol de Buenos Aires.” No es necesaria tal descripción para alguien de acá. No es una crítica, solo una observación.

“Yo ya soy grande, tengo siete años pero todo el mundo dice que hablo y razono como una persona mayor.”
Y me la imagino a mi hermana, que tiene esa edad, diciendo eso.

Porque decir es muy diferente a hacer: “Ni aunque me retuerzan el brazo o me quemen con la plancha. Ni aunque me claven clavitos en las rodillas.”
¡Qué difícil debe ser morir por un ideal! O quizá solo sufrir.
Y completo (como la autora reside en Francia):
(...) Ce qu’on aime avec violence finit toujours par vous tuer (...)
de “La Nuit” de Guy de Maupassant. (Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarlo a uno)

Cuando irrumpe en el relato el choque y la cabeza de la niña se estrella contra el parabrisas se escapó un “carajo… se mató”

“El autito empieza a toser…” Descripción de una niña. Pienso en mi hermana una vez más.

En la novela escuchan Julio Sosa. Yo escucho Julio Sosa.

La descripción de la abuela semidesnuda en la requisa para ver al padre preso es divertida: “(...) Sus senos son enormes, pero sobre todo fofos y caídos (...)”

El presente es quizá el tiempo más acertado para el relato.

En el momento en que describe la relación entre sus ojos con el sol, leí: imágenes paganas. Y di un brinco. ¿Virus? Pero no. Imágenes planas. Uno siempre puede leer lo que quiere.

Los juegos de la niña desaparecen cuando llega la autoridad: la madre. El encuentro es una plaza y la niña se asusta. La madre ha cambiado mucho. Se tiño el pelo, está muy delgada. Hasta ahora, cuando la niña está con los padres todo sucede rápido, apresurado.

Cada tanto hay una descripción así: dos oraciones, ningún verbo en ellas.

¡Qué inocencia la de la niña cuando descubre que no fue bautizada!

“Yo río también ante la idea de un Dios sin hogar, errante, un poco como nosotros ahora.” Y ahí recuerdo una frase de alguien que no recuerdo: “el que deja de creer en el azar empieza a creer en Dios”.
Y se aplica al caso, creo yo. ¿Qué planes tenía Dios para estas mujeres? Considerando su existencia, ya que la niña piensa: “Quiero estar bajo la protección del Señor lo más pronto posible. No comprendo cómo he podido vivir sin Él por tanto tiempo.”
No quieren dejar su suerte al azar, quieren estar bajo la protección del Señor. Pero me pregunto: ¿Después de todo, Laura Alcoba seguirá siendo cristiana hasta hoy?

Abandoné en la página 39. Chaucha.


-Día 2-

El capítulo cinco comenzó con una aburrida descripción de un juego de autitos. Se perdió, creo yo, por un instante un poco el ritmo que venía teniendo.
Pero lo retomó, instantáneamente, con el silencio abrumador del auto. Todos callados. La nena habla. El tipo la calla. La madre cierra los ojos. No debe saber a dónde están. Mientras la niña observa, inocente, todo.

Ratifico: el quinto capítulo es un capítulo de descripciones.

El capítulo seis vuelve al presente, la niña ya grande. ¿Embute? Ella recuerda esa palabra. Al parecer, palabra de uso cotidiano durante esos años. Cuenta que buscando en Internet no pudo encontrar nada. Entonces lo intenté yo. Accedo a la primera página de la lista: que-significa.com y veo muchas sugerencias por error y más abajo: embute en glosario de jergas y modismos de Argentina.
Embute: Escondrijo secreto de documentación subversiva.

Lo que ella no pudo encontrar preguntándole a la RAE, hablando con hispanohablante que se le cruzara o en el mismísimo Internet, yo lo encontré, aunque ella afirma que ya es más bien una palabra desaparecida.

“A veces, también, salíamos de a uno a la vereda, a la vista de los vecinos” Leí esto y recordé algo que leí de José Luis Romero, que decía que luego del Golpe del ‘76 la sociedad se “patrulló” a sí misma. Ya que había habido una internalización del discurso estatal, la gente ejerció la autocensura y el autocontrol aplicando algo llamado “la vigilancia del vecino”.
Por lo tanto, ellos debían fingir, para los vecinos, ser una familia común y corriente. Salen a la calle a ver el sol, riegan las plantas y no generan una imprenta “subversiva” en el galpón de su casa.

La niña afirma que mirará las obras: la oficial y la otra. ¿Cuál es cuál? Será la de los conejos la oficial y la imprenta montonera la otra. ¿O será al revés?

El ingeniero a cargo de las obras adora “La carta robada” de Edgar Allan Poe. Mientras muestra a la niña como realizó una obra que se pone en funcionamiento mediante un dispositivo que quedará en un rincón, a la vista de todos... “La idea se me ocurrió mientras leía un cuento de Edgar Allan Poe: nada esconde mejor que la evidencia excesiva. Excessively obvious.” Se nota aquí el poder de la literatura.

Una parte muy visual: “A través de la lente de la cámara…” Y la niña observa. Afuera, el ingeniero. Adentro, resguardada en su cámara fotográfica, la niña. La niña que lo observa con una máquina de adultos.

Palabras que desconozco y busco: mollera y timorata.

En la página 65, mientras describe los zapatos, comienzo a cabecear. Es tarde.


-Día 3-

“Esa pobre nena sin apellido” la nombran en un momento. Gran nombre. Y su existencia… “pero sé bien que si estoy aquí, es el fruto del azar.” Y su identidad… “¿Cuál es, al fin y al cabo, mi nombre?” Y su fin trágico… “que los “monos” de las “Tres A” ya están ahí afuera (...) irrumpen en la casa para matarnos a todos como a conejos al fondo del galpón…”

Aunque todo el relato esté en presente hay una parte en que pretérito perfecto compuesto, ya que la niña habla sobre la mañana durante la tarde. Nunca antes lo había hecho.

“Y cuantas más pelotas de pelo blanco hay en las jaulas, más profundamente se tiñen los dedos de mi madre de una tinta espesa y negra. Muy pronto (...) ya será incapaz de borrarla del todo.”

Desconozco la palabra “intentona”. Busco en Internet. Coloquial, intento temerario, especialmente si es frustrado. Ejemplo: la intentona golpista del ejército fue abortada.

Quizá sea un delirio mío. No sé. Pero creo que no es casualidad que el primer asesinato (en este caso de un conejo) sea en la página 75. “El conejo, que al parecer presentía lo que se le preparaba, empezó a revolverse en todas direcciones…” Y concluya en la página 77. “... Diana acabó por darle el golpe fatal.” Y sí, posiblemente un delirio o una jugada del editor.

La escena del colegio San Cayetano transcurre en un insoportable silencio. O, al menos, es lo que transmite. Todo es callado, aburrido y gris. Sin embargo, cuando la niña regresa a la casa regresa el color. Allí están limpiando las armas.

Nombra a su casa, por primera vez, como “la casa de los conejos”.

La descripción de la cárcel se hace tediosa. Ellos esperando al padre. Yo esperando que suceda algo. Y sucede, por lo menos la niña le vomitó en la oreja al padre.

“Las niñas deambulan en estado de torpor, soñolientas, dejándose llevar por el conglomerado amorfo, por la siniestra masa de guardapolvos blancos que las rodea.” Esta no parece la descripción de una niña.

El bife de revés de una de las monjas sobre una niña me recordar: Claro, aún se podía pegar en la escuela.

El capítulo 13 comienza con el 24 de marzo de 1976. Y pienso - quizás delirando - en la connotación de mala suerte que tiene el número 13. Quizá no es otra casualidad.

La escena con el Ingeniero me interpela, me intimida. “- ¡Pero puta madre, esta pendeja nos va a hacer cagar a todos!”

Ya los capítulos son más cortos. Todo pasa más rápido. Ahora son dos hojas nomas.

Abandoné en la 106 y desatendí la lectura durante 2 días. Volví, mas con el caballo cansado.


-Día 4-

El capítulo comenzó con miedo: “Después los momentos de calma se volvieron más raros. El miedo estaba en todas partes.” El miedo se huele en el libro. Todos tienen miedo, la niña, Diana, la madre, Cacho, yo… Todos.

Las acotaciones políticas me parecen más que acertadas. Te adentran en el contexto de la época.

Y continúa el miedo. Pero, en este caso, de volverse idiota. Por no ir a la escuela. Si no va a la escuela, será idiota como la Presidenta. Sí, Isabelita. La niña no quiere ser así. Bueno, por lo menos no tengo un chupasangre cerca. Un chupasangre como López Rega.

La niña está sumamente politizada: en su crucigrama escribe: Videla, Isabel, Patria o Muerte…

En el capítulo 18 vuelve al presente. Finaliza con un epílogo, que no es llamado así en el libro. Sólo hay un espacio en blanco y luego texto.

El final: el momento más esperado de cualquier relato (¿O no?) no me sorprendió, es esperable. Sin embargo, finaliza con: París, marzo de 2006. Es decir 30 años después del golpe de marzo de 1976. ¿Algo le habrá hecho clic durante ese momento para ponerse a recordar?



-Luego de la lectura-

Volví a leer el comienzo. “(...) que si al fin hago este esfuerzo de memoria (...) no es tanto por recordar como por ver si consigo, al cabo, de una vez, olvidar un poco.” Quizá lo que quiso era recordar, pero sólo si después podía olvidar, quizá para cerrar esa parte de su historia. Porque, en esta historia, el pasado está construido e interpretado desde el presente. Desde ese París de 2006.

Ordenando aún la biblioteca de la casa encuentro pilas de hojas. Entre ellas, un trabajo práctico sobre la dictadura de Sociedad y Estado de la UBA. Comenzaba con la siguiente frase:
“Fíjense todo lo que se puede hacer con el pasado: enfrentarlo, silenciarlo, olvidarlo, repetirlo, elaborarlo, aceptarlo, conciliarse con él, etc.” Elizabeth Jelin, 2007.
Creo que Laura (o la niña) ha hecho una cosa con el pasado y no fue olvidarlo.
Mi prima ingresó a la sala interrumpiendo mi proceso meditativo.
-          - ¡Bien! Justo estaba buscando esto - y me quitó el trabajo de las manos y desapareció.

No hay comentarios:

Publicar un comentario