Certeza
Mi nombre es Pelep, durante toda mi
vida viví en la ciudad de Rafuko. Aquel día lo busqué todo:
hombres, animales, plantas, sonidos, colores, movimiento, pero no
encontré nada. Devastado, destruido y fúnebre había quedado mi
pueblo, sin vida. Yo, inmóvil. No estuve en el instante en
el que comenzó aquella guerra pero sí presencié su final. Me salvé
porque aquella noche me fui de viaje. Ya de regreso, me encontraba a
algunos kilómetros de la ciudad cuando vi aviones bombarderos
dirigirse hacia ella. Cuando finalmente llegué ya era tarde.
Me senté, rendido. Pasado ya un largo
rato, cerré los ojos un poco adormecido y una imagen irrumpió en mi
mente, veía un lugar con esculturas prolijamente construidas en un
pueblo silencioso pero vivo. Entonces emprendí mi nuevo viaje
sabiendo con claridad hacia dónde me dirigía.
La trayectoria desde Rafuko hasta
aquel pueblo tan soñado para mí fue totalmente desierta, solo me
acompañaba el silencio que calmaba la tristeza que me invadía
constantemente de tanto recordar la gran batalla. Al ver algunas
construcciones asomarse en el camino, corrí con ansia de comprobar
si eran verdaderamente reales. Me había guiado sólo por mi
intuición, ¿Era posible estar viendo físicamente algo que vi entre
sueños?. Cuando me adentré en aquel pueblo descubrí que sí, era
posible.
Me senté a descansar y a lo lejos vi
a un hombre arrodillado. Me reincorporé un poco y luego me acerqué
hacia él. Este no dijo nada, solo me ofreció un fruto,
desconcertándome. Le pregunté qué era pero no obtuve ninguna
respuesta. Entonces lo agarré, olí el aroma que se apoderó de mí,
y me entró un hambre descontrolado.
Pude recordar perfectamente el hambre
que sentí aquella noche, luego de terminada la guerra. El día en el
que yo había recogido un fruto como este de un árbol. Sentí que el
frío, la muerte y la noche eran monstruos grandes e imposibles de
calmar con tan solo un poco de comida. La angustia se alimentaba de
mí y me sentía incapaz de hacer algo para mejorar.
Desesperanzado, probé un bocado de
aquel fruto, y luego otro, y luego otro. Devoré aquella maravilla y
después comencé a sentirme un poco adormecido. La imagen del pueblo
con esculturas prolijamente construidas apareció clarísima en mi
mente. Me levanté, arrojé a la tierra algunas semillas que no me
permitían masticar con tranquilidad y, entonces, emprendí mi viaje
sabiendo perfectamente hacia dónde me dirigía.
Repensar cómo se rompe la línea de tiempo, pues no construyen un relato acronológico. La anticipación y el breve recuerdo de un hecho pasado no alcanzan.
ResponderEliminarBuena historia.
Nota: 7