Ay, ya mide!
Viajaba porque lo demás apareció después. Cada paso era igual al anterior. Padres cariñosos, escuela cara, nada logró que al menos quisiera recordar su nombre.
La magnificencia del desierto, el silencio infinito de la arena. Todo interrumpido por el azul. El hombre, sentado entre las dunas, le gritaba. Relámpagos hechos tela.
-Vos, si nena ¡Vení para acá! Sí chirusa, ¿ves mucha gente alrededor? Decime ¿crees en las hadas? Yo tampoco. Esto es una pera, si, una pera. Y vos, pensando que el mundo es grande. Mirá este desierto. La fruta es nutritiva, mucha vitamina C y E. Disfrutala querida.
De tanto caminar se cruzaba montones de cobardes y directores. Algunos encorvados y algún que otro verdulero. De pequeña se definía como muchacha repelente de personas. Después, decidió no crecer y fue la misma pero en otras partes.
-La fé es lo más importante. Cuando uno se deja llevar por los caminos del Señor todo se aclara. Fé y confianza.
El vestidito blanco le cubría las rodillas. Su mente deambulaba por cada pasillo del edificio y sus manos, nerviosas, volaban. Casi que no podían soportar el peso de los enormes libros. El techo, como burbuja bestial, la atemorizaba. Tan pequeña en esa inmensidad. La catedral se erguía pretenciosa desde el centro de Copiapó. Ni siquiera intentaban competir con ella. Cada uno, con sus pequeñas paredes, eran relleno. Parte de un paisaje compuesto de montañas y rezos. Ella caminaba. Casa, escuela, iglesia. Parque los fines de semana. Las hojas y la sombra se fundían en el aire. Olor a uvas. Ella caminaba y sus pies golpeaban con odio. ¿Estar aburrida? ¿A los nueve años? Terrible tragedia.
Embebida. Ahogada de tanto sol. Lo descomunal seguía desagradándole. Se jactaba de disfrutar el sufrimiento así que seguía caminando y comiendo pera. Rica a pesar de los delirios. Frutas como manos, sueños devastadores. Ganas de dormir, nada de extrañar.
-Imaginate parras en el desierto. Pero no una ¡un bosque de parras! Arena y uvas, felicidad. Hablar sola es indispensable cuando se está en un lugar así. Además acá no hay señoras molestas ni gente que duerme. Silencio y calor infinitos. ¡Acá puedo gritar todo! ¡Me dice que su viaje se alarga más y más, Run-Run se fue pa´l Norte, yo me quedé en el Sur, al medio hay un abismo sin música ni luz, ¡AY, AY, AY DE MI!
Le gustaba gritar. Lanzaba las semillas al suelo.
En sus zapatos blancos escapaba.
-¿Por qué corres? Te amamos tanto. ¿Qué hicimos? ¿Qué hice? No te vayas que te extraño. Por favor…
Nada le importaba y, entera, se llenaba de barro. Irse porque parece difícil. Aventuras sólo para sufrir. Paso a pasito, sin esconderse, fue a donde no sabía.
Tanto es mucho. Quería volarse y el aire seguía pesado. ¡Torpe! Triste por primera vez giraba en círculos que podían ser cuadrados. Porque quién sabe lo que ocurre en planicies infinitas. Todo se deforma y a lo lejos, sombra. ¿Sombra? Correr, tropezar. Hundida en arena tan blanca. Sí, bosque. Y vos que pensabas que el desierto era grande, ¡mirá estos árboles! Uvas ¡Violetas! Hermosa mujer, deliciosa fruta. Seguía siendo niña y se atragantaba de semillas, feliz.
-Run-Run siguió su viaje llegó al Tamarugal. Sentado en una piedra se puso a divagar, que si esto que lo otro, que nunca que además, que la vida es mentira, que la muerte es verdad.
Hermoso texto, habitado por un personaje vital y visual que conmueve y nos lleva puestos en su viaje interminable.
ResponderEliminarRever uso de algunas tildes.
Texto tan intensamente Lola que no sé si extrañar o refunfuñar por la que falta.
Nota: 9